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22.2.13

Ya basta hijos de puta

A lo peor soy yo el equivocado, pero me parece gratuito organizar un macrodebate sobre el debate en busca de una conclusión tan baladí como la distinción entre vencedores y vencidos. Aunque no se tenga noticia de una sola ocasión en la que haya hecho honor a su nombre, el debate sobre el estado de la nación debería limitarse a lo que promete su denominación: ofrecer una instantánea en plano general de lo que el machadiano Juan de Mairena llamó "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa" y el señor Pérez —su alumno— tradujo al lenguaje poético como "lo que pasa en la calle"; pero esta vez tampoco pudo ser. La razón estriba, quizás, en que el Gobierno llegaba a la cita (casi) anual con un discurso jalonado por el bochornoso "que se jodan" de los Fabra de toda la vida y la repugnante peineta de Bárcenas; por el desprecio clasista y el corrupto recochineo; o sea, con todo debatido… de aquella manera. Nuestros embusteros mandamases ya habían dicho en los últimos catorce meses todo lo que tenían que decir —una cosa y su contraria, y así sucesivamente—, mientras la turulata oposición callaba todo lo que tenía que callar, así que el debate se redujo a una discusión sobre el estado de otras cuestiones, principalmente pretéritas. En ese duelo crepuscular tantas veces visto se enzarzaron Rajoy y Rubalcaba, dos forajidos alumbrados mediado el siglo XX, con idéntico historial delictivo y (mucho) más pasado que futuro, a los que solo distingue esta galleguísima observación de Jabois: "Es más fácil prometer una cosa y hacer la contraria que hacer una cosa y prometer la contraria, porque lo primero es traición pero lo segundo es cachondeo". La contienda sirvió, además, como subvencionada terapia de grupo para una reata de agrandados postulantes, entre los que Javi Vizcaíno creyó ver "pose, panfleto, pasteleo y siesta". Ante la imposibilidad de sacar algo en claro del Congreso, tuvo que ser una vez más El Roto quien esclareciera el estado de la nación: en una descorazonadora viñeta, una pareja pasa delante de un escaparate. "¿Te acuerdas de cuando comprábamos?", pregunta ella, nostálgica; a lo que él responde: "No". Una obra de hondura solo comparable a la propuesta más popular de la pasada edición de ARCO: ese grafiti posmoderno de la mexicana Teresa Margolles en el que podía leerse "Ya basta hijos de puta", cuyo destinatario podría ser cualquiera que se dé por aludido.

13.10.12

Defensa nacional


El editorial con el que el bastardo ABC posmoderno engalana su panegírico patriota en el que allende los mares aún denominan el día de la raza casi nos deja sin opción a la réplica: "Ser y sentirse español no representa actitud reaccionaria alguna, sino formar parte de una Historia extraordinaria e irrenunciable". Digo casi, porque me da en las narices que el editorialista de turno y un servidor manejamos conceptos radicalmente opuestos de lo extraordinario y, sobre todo, de lo irrenunciable. Por supuesto que renuncio a una (buena) parte de la historia de España que, causalidades de la vida, coincide punto por punto con los capítulos más aplaudidos por el vetusto diario en su longeva y mayoritariamente indigna andadura. Si me dan a elegir, me quedo con El Roto: "A mí me da vergüenza ser de cualquier sitio"; tanto más cuanto más extemporáneas resultan las largadas de indeseables como el ministro Wert, que ha resucitado la orden de la fascistoide Junta de Defensa Nacional del 36 que conminaba a españolizar la enseñanza, solo que ahora referida al trending topic de la temporada otoño/invierno: la (hipotética) independencia catalana. Incluso un Rey tan poco ejemplar como el nuestro se ha permitido afearle la conducta al mandamás de la cosa educativa en su llano lenguaje: "Le he dicho que está muy mal lo que ha hecho". Está fatal, jefe, porque el (para algunos) superdotado Wert no sale de un jardín cuando ya está hasta las trancas en otro y porque, de seguir por estos derroteros la deriva preconstitucional de nuestro Gobierno, no quedará más remedio que corregir al encomiable Edward Gibbon, que anotó en su monumental Decadencia y caída del Imperio Romano que Hispania "floreció como provincia y decayó como reino": hoy, aquella península histérica se desmorona como reino de provincias mal avenidas.