28.2.13

La furia española

Benjamín Prado ha exhumado en los periódicos el mito de la fraternal enterradora (Antígona) como paradigma de la desobediencia civil, un fenómeno que parece haber resucitado de entre los muertos para malvivir a nuestra vera. Los noticiarios denuncian que los españoles son los europeos que más se manifiestan y para certificarlo basta echar una ojeada al género más fresco, que da fe de la rabiosa actualidad navegando como buenamente puede entre una multitud de multitudinarias mareas humanas que recorre estos días nuestras calles en busca del porvenir. Se pregunta (y nos pregunta) Antonio Lucas en un doloroso lamento poético "hasta cuándo aguantar la abultada humillación impuesta y esa terca voluntad de que no seamos, de que no existamos, de que no levantemos la voz ni la cabeza", y puede que la respuesta comenzara a forjarse hace un par de temporadas, cuando la indignación fue elevada a categoría de acontecimiento universal. Lo jodido es que el invento aún no ha terminado de fraguar y que el padre de la criatura, Stéphane Hessel, ya no podrá ver culminado su proyecto. Así que la respuesta, "my friend" Lucas, "is blowin' in the wind"; pero la ciudadanía se ha echado al monte para darle caza y no tardará mucho en cobrarse tan preciada pieza. El finado Hessel despertó las conciencias "socialadormecidas" merced a un indignado panfleto que prendió esta rebeldía nacional que ahora ha alcanzado su punto de ebullición. Cuando la cosa comenzaba a ponerse chunga por estos pagos, dijo el humanista galo: "Deseo que halléis un motivo de indignación. Porque cuando algo nos indigna, nuestra fuerza es irresistible". Pasado el tiempo, nos sobran los motivos —como a Sabina— y ya me estoy imaginando a la envalentonada marea rescatando el olímpico grito de Belauste que dio pábulo a la furia española: "¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo!".

26.2.13

Gobernando en diferido

Empiezo a pensar que la inmarcesible coplilla de Campoamor se ha mantenido en boga de siglo en siglo únicamente para servir de parapeto a los bocones del PP: según dejó escrito el poeta asturiano para los restos, "en este mundo traidor / nada es verdad ni es mentira, / todo es según el color / del cristal con que se mira"; una incontrovertible certidumbre que parece haberse convertido en el undécimo mandamiento para la feligresía pepera, cuyos bustos parlantes se afanan cada día en redecorar la realidad de su genovesa casa añadiendo una nueva entrada a su particular diccionario de neolengua. Anotaba el pasado fin de semana el cervantino Jiménez Lozano que, en plena "florescencia de ignorancia y de banalidad", no caben los discursos alternativos, pues "la verdad no existe, todo es opinión" y, lo más grave, "nada es nada sino lo que decidimos que sea". Tomándole la palabra al sabio castellano, la repulsiva Cospedal volvió a violar ayer, de una tacada, los hechos probados, el derecho laboral y la académica lengua española: para explicar el (pen)último desaguisado de los suyos, farfulló la generalísima secretaria que lo que se pactó con el innombrable Bárcenas fue una "indemnización en diferido", a lo que añadió algo así como que el acuerdo era "en forma de simulación de lo que antes era una retribución"; y, dicho lo dicho, siguió trabucándose graciosamente durante un minuto que debió parecerle un siglo. En lo que va camino de convertirse en una ridícula tradición, la Cospedal volvió a sufrir las feroces consecuencias del papelón generalizado que se ha visto obligado a desempeñar el Partido Popular desde que a su incompetente gestión se ha sumado el conocimiento de su indecente comportamiento. Pero en el teatrillo democrático no hace falta reinventar la lengua para llamar a las cosas por su nombre; solo se precisa un Gobierno directo, no diferido.

24.2.13

El estado del bienestaba

Final del Carnaval de Cádiz 2013. Se abre el telón. La chirigota del Selu canta 'Las verdades del banquero'. Antes de arrancarse con la presentación, homenajea a los payasos de la tele, preguntando al respetable: "¿Cómo están ustedes?". La respuesta del público no se hace esperar: "¡Tieeesos!". Ese el actual estado de una nación que está para pocas risas y, en el debate sobre la cosa, Rubalcaba tuvo que recordárselo a un Rajoy que todavía mira para otro lado: "En España ha reaparecido la pobreza". Los franceses, inmisericordes con nuestras desgracias, han tardado poco en aplicar su brocha gorda al asunto, incorporando a sus ácidos guiñoles al mandamás español como un indigente, despachado por el presentador del programa con tres euros para un bocata. Al otro lado de los Pirineos saben tan bien como aquí que los cacareados brotes verdes no son más que un ilusorio trampantojo con el que los artistas neoliberales han (re)decorado la ruinosa fachada de una nación cuyo interior se cae a pedazos, con el único objetivo de mantenernos embelesados mientras desmantelan definitivamente lo que Malagón ha rebautizado como "estado del bienestaba". La historia de España es la historia de una crisis permanente, según atestigua un flamante ensayo que analiza las grandes depresiones económicas sufridas entre 1348 y 2012. Su editor, Gonzalo Pontón, concluye al respecto que, "en la génesis, gestión y enquistamiento de todas esas crisis, lo determinante es la incompetencia de los gobiernos, sus políticas fiscales, el despilfarro público, la especulación y la corrupción a gran escala". Hoy, como ayer, estamos en manos de una banda de indocumentados, pícaros, ludópatas y mangantes que malversa nuestra pasta mientras nosotros las vemos de venir. La única diferencia es que ahora se la llevan a Suiza en frondosos ramitos de violetas, de a quinientos euros el pétalo.

22.2.13

Ya basta hijos de puta

A lo peor soy yo el equivocado, pero me parece gratuito organizar un macrodebate sobre el debate en busca de una conclusión tan baladí como la distinción entre vencedores y vencidos. Aunque no se tenga noticia de una sola ocasión en la que haya hecho honor a su nombre, el debate sobre el estado de la nación debería limitarse a lo que promete su denominación: ofrecer una instantánea en plano general de lo que el machadiano Juan de Mairena llamó "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa" y el señor Pérez —su alumno— tradujo al lenguaje poético como "lo que pasa en la calle"; pero esta vez tampoco pudo ser. La razón estriba, quizás, en que el Gobierno llegaba a la cita (casi) anual con un discurso jalonado por el bochornoso "que se jodan" de los Fabra de toda la vida y la repugnante peineta de Bárcenas; por el desprecio clasista y el corrupto recochineo; o sea, con todo debatido… de aquella manera. Nuestros embusteros mandamases ya habían dicho en los últimos catorce meses todo lo que tenían que decir —una cosa y su contraria, y así sucesivamente—, mientras la turulata oposición callaba todo lo que tenía que callar, así que el debate se redujo a una discusión sobre el estado de otras cuestiones, principalmente pretéritas. En ese duelo crepuscular tantas veces visto se enzarzaron Rajoy y Rubalcaba, dos forajidos alumbrados mediado el siglo XX, con idéntico historial delictivo y (mucho) más pasado que futuro, a los que solo distingue esta galleguísima observación de Jabois: "Es más fácil prometer una cosa y hacer la contraria que hacer una cosa y prometer la contraria, porque lo primero es traición pero lo segundo es cachondeo". La contienda sirvió, además, como subvencionada terapia de grupo para una reata de agrandados postulantes, entre los que Javi Vizcaíno creyó ver "pose, panfleto, pasteleo y siesta". Ante la imposibilidad de sacar algo en claro del Congreso, tuvo que ser una vez más El Roto quien esclareciera el estado de la nación: en una descorazonadora viñeta, una pareja pasa delante de un escaparate. "¿Te acuerdas de cuando comprábamos?", pregunta ella, nostálgica; a lo que él responde: "No". Una obra de hondura solo comparable a la propuesta más popular de la pasada edición de ARCO: ese grafiti posmoderno de la mexicana Teresa Margolles en el que podía leerse "Ya basta hijos de puta", cuyo destinatario podría ser cualquiera que se dé por aludido.

20.2.13

Marhuenda y los razonianos

Para la secta de los razonianos, como para Wittgenstein, los límites de su lenguaje son los límites de su mundo; y en ese reducto subsisten sus fieles mientras todo se desmorona a su alrededor. Lo que no aparece en su biblia particular —el (presunto) diario La Razón—, no existe, de manera que los (cada vez más escasos) lectores del panfleto planetario solo contemplan las corruptelas cotidianas como incorregibles vicios de los demás, pues ojean el único periódico español que, durante el pasado mes de enero, dedicó menos piezas a la corrupción en el PP que a la de otros partidos (11 vs. 34). La formidable hazaña hay que anotarla en la hoja de servicios del gurú Marhuenda, un estomagante todólogo que campea a sus anchas por el lodazal mediático gracias al poder omnímodo del grupo que le amamanta y a sus servidumbres políticas. Desde sus púlpitos de ocasión, este mediocre juntaletras, que fue mano derecha de Rajoy antes de transmutarse definitivamente en la voz de su amo, imparte su viciada y decadente doctrina. Sostiene el doctor Perroantonio que la ideología es una tumoración cerebral que "restringe el campo de visión, tuerce la perspectiva y causa aberración óptica y cromática", y añade que, "en los casos más graves, el individuo afectado pierde sensibilidad general y tiende al autismo y a embestir a otros congéneres con la testuz". Al ínclito Marhuenda, su ideología —un postureo derechón más partidista que ideológico— ya le ha arrastrado a temerarios arrebatos, como (des)calificar a Intereconomía de "grupo infecto de ultraderecha". El filósofo Marina anda preocupado —y nosotros con él— por la "corrupción de baja intensidad", esa intoxicación social que permite "comportamientos indecentes, vergonzosos, deshonestos, que no son delito"; la misma que preconiza ese periodismo troglodita envalentonado por la impunidad para con su inmoralidad (des)informativa, que convive en plácida armonía con la otra, la "corrupción delictiva".

18.2.13

Sordo, no mudo

Que "es muy difícil ser contemporáneos de nuestro presente" lo sabe bien la gente del cine español: porque la aguda observación de Paolo Fabbri es archiconocida entre los culturetas pero, sobre todo, por los fusilamientos dialécticos que sufre cuando la Brunete mediática agarra la ocasión por el copete. Poco importa a los papeles derechones que tal o cual actor se pase la vida entreteniéndonos (y emocionándonos) con su viaje a ninguna parte: basta que alce la voz contra las injusticias de turno, saltándose las exigencias del guion consentido por los guardiaciviles de la patria, para que sea despreciado como titiritero y acusado de deslealtad. Eso, en el mejor de los casos; porque, las más de las veces, los cerriles palmeros del frente nacional se afanan en resucitar los rancios instrumentos de cuando entonces para silenciar a quienes creen sus enemigos, como ha hecho estos días el ABC. El arcaico diario solicitó a TVE, con premeditación y alevosía, que suspendiera la retransmisión en directo de la gala de los Goya, esgrimiendo que "la postura de una minoría que actúa con resabios autoritarios choca con el debido respeto a la democracia". Su previsión era que sucediera lo que finalmente sucedió: que el gremio cinematográfico expresara libremente su rechazo a los recortes socioeconómicos del Gobierno popular, de la misma manera que en anteriores ocasiones denunció el terrorismo o las mentiras de la guerra. De resabios autoritarios y falta de respeto democrático no se tuvo noticia, salvo por esa anacrónica demanda de una junta abecedaria de censura para la que, traicionando la máxima de McLuhan, el miedo es el mensaje. Los indignos descendientes de Cánovas defienden, como su padre putativo, que "con la patria se está, con razón o sin ella" y creen que calladitos estamos más guapos. Pero deberían conocer mejor nuestra historia: Goya era sordo, no mudo.

16.2.13

¿Dimi... qué?

'Dimitir' es un verbo que los académicos que limpian, fijan y dan esplendor a nuestra lengua incluyeron en el diccionario consensuado del español por cortesía, pero la suma de los hijos de la "conejienta Celtiberia" (Catulo) que se han atrevido a conjugarlo en primera persona es irrisoria. En España somos más de procrastinar —en espera de que amaine el temporal— que de dimitir, que es una costumbre muy extendida en el ámbito anglosajón —en Reino Unido o Alemania no hay mandamás que sobreviva a un escándalo— y hasta en el cuadriculado Japón, donde hace unos meses desertó en bloque medio centenar de miembros del partido gobernante simplemente por oponerse a una subida del IVA. Incluso la (intra)historia vaticana ha retrocedido (milagrosamente) seis siglos para ver cómo un Papa (Ratzinger) cuelga los hábitos antes de que la dama de la guadaña lo eleve hasta la compañía del Altísimo. Pero aquí nadie se da por aludido: en Merkelandia nos tienen calados y ahora es el Frankfurter Allgemeine quien denuncia —vía editorial— que, en nuestro país, quien ostenta el poder "se anida a él con todas sus fuerzas, ya que lo único que les importa a los políticos españoles es la supervivencia en el puesto, aunque su imagen corra peligro de irse al infierno". Nos gusta creer que estamos en plena transición hacia otro orden de cosas y a lo mejor es verdad, como defiende Javier Gallego en su Elogio de la sociedad civil, que "el miedo está cambiando de bando", pero lo malo es el que poder aún no ha dado ese paso. Debemos culminar la revolución, porque la indignación no basta para contradecir a Andrés Trapiello cuando sostiene que, en esta sociedad, "el peor espectáculo no es el que nos dan, sino el que damos". Si aquí no dimite ni Dios, habrá que dimitirlo.

14.2.13

Rectificar es de necios

Después de advertir que "errar es humano" y "perdonar es divino", el poeta británico Alexander Pope legó a la posteridad la quintaesencia de su pensamiento: "Rectificar es de sabios". En sus tres siglos de vida, la (discutible) sentencia del satírico bardo ha servido tanto para recomponer un roto como para zurcir un descosido, hasta que hace un par de días la remendona Cospedal echó mano de ella para hilvanar el penúltimo desgarrón cometido por su partido: "Rectificar es de sabios", dijo la generalísima secretaria popular para justificar lo que el sandio Floriano consideraba un despido improcedenteel del exmarido de la ministra Mato— hasta una semana antes. A la misma hora, no muy lejos de la casa de la sabiduría —sita en Génova, 13, desde ya—, Rajoy explicaba a la remanguillé su injustificable (des)gobierno: "Yo me presenté con un programa electoral en el que prometía que no iba a subir los impuestos. Y probablemente he incumplido esa promesa. Bueno, no; probablemente, no. He incumplido mis promesas, pero al menos creo que he cumplido con mi deber". Otra rectificación, otro sabio; y aún quedaba día para alucinar con los efectos provocados por el virus de la sabiduría entre las huestes peperas. El Grupo Parlamentario Popular, que venía despreciando una iniciativa legislativa popular antidesahucios hasta bien entrada la tarde, tuvo que tragarse su orgullo a última hora, tras conocer que una pareja de jubilados mallorquines acababa de suicidarse por miedo a perder su casa. La tragedia obró el milagro y la sabiduría acudió rauda en auxilio de los peperos congresistas, que finalmente permitieron la admisión a trámite de la propuesta. Otra rectificación, otra congregación de sabios. Pero esta peligrosa manía de actuar al socaire de la opinión pública conlleva sus riesgos, como avisó hace algún tiempo Felipe González: "Rectificar es de sabios", dijo entonces el expresidente, "y de necios tener que hacerlo a diario".

12.2.13

El expolio patronal

Lamentaba Faulkner que el hombre no pueda "comer ocho horas, ni beber ocho horas diarias, ni hacer el amor ocho horas" y sostenía que la triste razón de la desdicha humana radica en que "lo único que se puede hacer durante ocho horas es trabajar". Eso lo hemos sufrido (casi) todos en algún momento aunque, ahora que no nos llega ni para ser desdichados —o sea, trabajadores—, los patronos parecen ensañarse con nuestro sufrimiento. El nauseabundo recochineo con el que los gerifaltes de la patronal desprecian a los parias del siglo XXI debe ir con su sueldo, pero se entiende regular con seis millones de parados. Haciendo memoria, de las últimas cúpulas de la CEOE salen más delincuentes que empresarios decentes. A saber: su penúltimo mandamás, Díaz Ferrán, está en el talego; un vástago de su antecesor, José María Cuevas, fue trincado la semana pasada por blanqueo de capitales; y al actual vicepresidente y cabecilla de la patronal madrileña, Arturo Fernández, acaban de ponerle la cara colorada por retribuir a sus asalariados en negro. Cierto es que la mejor manera de defendernos de este mal de muchos es un consuelo de tontos —no parecernos a ellos, como sugería Marco Aurelio en sus Meditaciones—, pero algo es algo. El expolio patronal viene avalado por una vampírica reforma laboral, diseñada a su insaciable medida, que va camino de convertir a España en un páramo laboral. Así que nos están sisando por lo civil y por lo criminal y, de paso, se cachondean en nuestra jeta, dando lecciones de austeridad mientras niegan las cifras del paro. Todo por la pasta, claro. Por eso yo, como mi colega César Losada, "no creo en revoluciones contra políticos, ni banqueros, ni conspiraciones opacas […]. La única revolución efectiva ha de ser contra el poder de todos los poderes, contra el Dios dinero".

10.2.13

La vida (no) es un Carnaval

En 2009, mientras Zapatero hablaba de "desaceleración transitoria", una chirigota gaditana llamaba al pan, pan, con resignada guasa. Se hacía llamar 'Salón de belleza 'El Tijerita' y en su estribillo se lamentaba: "Crisis, crisis, crisis, crisis, / crisis, crisis, por tos laos. / ¿Cómo quieres que yo pele / si está to el mundo pelao?". Cuatro años después, con Zapatero durmiendo el sueño de los justos, la misma chirigota hace de la necesidad virtud. Se presenta como 'Los recortaos' y su estribillo, claro, se recrea en el asunto: "Traigo estas tijeras: / son de 'Los Tijeritas', / cuando salimos de peluqueros. / Te las regalo Rajoy / y recórtate un huevo". Cuatro años en los que recortar se ha convertido en el pasatiempo predilecto de nuestros nuevos gobernantes han rebajado el primer premio de 2009 al sexto puesto en 2013: la chirigota de Kike Remolino se atascó en el pase de semifinales, sufriendo vejaciones más propias de cuando entonces: sus integrantes fueron identificados policialmente y su atrezo registrado. El repertorio previo de esta mosca cojonera con turuta había puesto sobre aviso a la pepera alcaldesa de Cádiz, que envió a sus esbirros a ejercer labores de amedrentamiento contra los subversivos elementos. Quizá tenga algo que ver que su nombre, Teófila Martínez, aparezca entre los sobrecogedores de los cuadernos de Bárcenas y con el temor a que las coplas por venir se acordaran de ella. El caso es que cinco legislaturas en el trono municipal son muchas y que su resurrecta censura ha convertido a la "cuna de la libertad" en la tumba de la democracia. Lo advertía ayer Gregorio Morán en La Vanguardia: "[Los políticos] Nos perdieron el miedo hace muchos años, luego el respeto. Solo nos queda nuestra capacidad de rebelión". Por ejemplo, cantarles cuatro verdades a la cara por Carnaval, al ritmo del tres por cuatro.

8.2.13

Mercado de invierno

La crudeza de la resaca del último barómetro del CIS nos ha sobrevenido como el amargo despertar tras una curda de absenta, una vez evaporadas las líricas alucinaciones. Los porcentajes que arroja el sociológico artefacto son tan (desgraciadamente) crueles con nuestros representantes públicos que dan lástima. Sostiene Rodrigo Fresán que "los políticos españoles son hoy seres en desanimación suspendida. Inverosímiles, leyendas tontas, mentirosos y pinochos que se la pasan tocándote las narices y machacándote el cerebro. Como zombis lentos y descerebrados que dicen siempre lo mismo para ver si se lo creen y se los cree". El enciclopédico escritor argentino retrata a nuestros mandamases bajo el prisma de una desesperanzada visión (super)pop: "Pero no. Son increíbles. Estos y aquellos y esos de más allá también, no hay opciones: todo apesta, todos apestan, y parecen haber alcanzado, triunfalmente, su derrotada fecha de vencimiento". Algo que parece irrebatible, porque el (nonato pero necesario) partido abstencionista ganaría una vez más las elecciones, según la intención directa de voto, superando a las fuerzas vivas, que van derechitas al abismo de la insuficiencia. Aunque lo más desolador del boletín de notas del CIS viene referido con nombres y apellidos: el opositor Rubalcaba suspende con un 3,4 (sobre 10) en la contundente valoración del respetable, algo que aún le basta para erigirse como el más listo de una clase de alumnos poco aplicados formada por el Gobierno en pleno. La pandilla de ministros populares, con el repelente Rajoy al frente, se mueve entre calificaciones muy deficientes, lo que ha forzado a la prensa (pretendidamente) seria a echar mano de la retórica rumorología deportiva: en el mercado de invierno aparecen como transferibles Mato y Montoro —por su (presunto) pasteleo con la corrupción—, aunque los tuercebotas Wert, Báñez y De Guindos también están en el disparadero. Yo despediría antes al entrenador. Y cambiaría las reglas del juego.

6.2.13

La segunda transición

Me entero por Abreu —que a su vez se entera por Dawkins— de que existe un gusano que vive exclusivamente debajo de los párpados del hipopótamo, y se alimenta de sus lágrimas. Se trata, sin duda, de un formidable caso de parasitismo que yo prefiero contemplar como la más hermosa de las simbiosis. Abundando en tan feliz comunión, me imagino al liviano Rajoy acurrucado bajo el protector toldo ocular de la oronda Merkel… hasta que la deprimente realidad trastoca tan enternecedora imagen y me devuelve la estampa de una reptiliana y fofa canciller repantingada sobre la cosa de ver de nuestro paquidermo presidente, pues hace ya mucho tiempo que la Merkel se viene alimentando con fruición de las miserias lloradas por el lastimoso Mariano y otros indignos ejemplares de su especie. La regenta de la pensión Europa lleva meses mareando la perdiz y todavía no ha decidido si alojar a nuestro aprendiz de gobernante como huésped o como gorrón de su comunidad de vecinos. A estas alturas casi nadie se acuerda ya del (aplazado) rescate a nuestra península histérica, pero yo me malicio que Rajoy se subió anteayer hasta la zuhause merkeliana para pedir auxilio. Lo que pasa es que el rescate que ahora necesita la España pepera no es económico —con la (sobre)soldada y los ahorros suizos tenemos para ir tirando— sino político. Hasta allende nuestras fronteras está llegando el hedor de la putrefacción institucional, según nos hacen saber los papeles foráneos, mientras que de puertas adentro la tufarada se está haciendo tan insoportable que la voz del pueblo se ha levantado en demanda de una segunda transición. Ahora bien, los naipes de Aznar —un as escondido en la manga de Anson— o Rubalcaba —el manoseado rey del palo progresista— no deberían ser opciones a barajar para esta trascendental partida.

4.2.13

La mala follá de Rajoy

Vergüenza me da compararme al genial (y añorado) Chumy Cúmez, pero… "yo antes no creía en nada. Ahora ni siquiera eso"; y mira que lo siento por el envalentonado Rajoy, pero su pliego de descargo contra las regalías barcenianas no hará variar ni una sola de mis convicciones. Su insulso discurso no resistiría el más elemental comentario de texto, ni pasaría el filtro del más rudimentario detector de mentiras: la querencia del presidente por faltar a la verdad y a la palabra dada es congénita, y no iba a ser ahora que se juega el pellejo cuando se sincerara con una nación que, según los últimos sondeos, se muere de ganas por desahuciarle de la Moncloa. Rajoy mintió alegremente en los pasajes más significativos de su inconsistente defensa y ya solo queda aguardar que pasen los días para retirarle definitivamente el beneficio de la duda. De momento, lo que el mandamás popular descalificó como documentos apócrifos, o sea, los papeles de Bárcenas, le señalan como el mayor beneficiado por los bastardos emolumentos, lo cual no es moco de pavo. Rajoy lleva años acostándose en una navaja de afeitar —esa atrevida costumbre dadaísta— y corre el riesgo de terminar igual que las putas de Whitechapel, que sufrieron la mala follá de que sus destinos se cruzaran con Jack el Destripador. El inefable Mariano ha fiado su porvenir a una célebre sentencia de Marcelo Truzzi —"afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias"—, sin caer en la cuenta de que las evidencias juegan en su contra. A lo peor, lo que su señoría ve, con sobredosis de retórica, como "la sombra de la sombra de un indicio manipulado", es la veraz fotocopia de un cuaderno amenazadoramente real; ese cuaderno pepero en el que 'negro' se escribía con 'b' y dos más dos eran cinco… y se llevaban una.

2.2.13

Viciosos de la herida

En las últimas semanas, a cada golpe de clic ratonero me topo con una incontrovertible frase: "Las mujeres somos así, incomprensiblemente, imperdonablemente viciosas de la herida". Viene de serie en una novela que aún no he tenido el gusto de leer, Últimos días en el Puesto del Este, y desprende el arrebatador aroma de la descarnada prosa de Cristina Fallarás, una hembra poderosa, pero incapaz de esconder sus debilidades, que sabe de lo que habla: define una actitud de la que cualquier fulano podría dar fe, aunque a más de uno le cueste comprenderla. Por alguna extraña razón, el insoportable hedor de la (más que) rabiosa actualidad impide que espante de mi mente el eco de tan dolorosa sentencia: "incomprensiblemente"… "imperdonablemente"… "viciosas de la herida"… Parecen palabras espigadas para retratar a las víctimas del robo más grave —falta por saber si también es el más grande— del siglo; porque solo se podría entender el borreguismo electoral que aqueja a la inmensa mayoría de los españolitos desde un diagnóstico que lo definiera como irreprimible (e incurable) vicio, o sea, una enfermedad por culpa de la cual aún queda gente orgullosa, con la que está cayendo, de responder al cobro en B con el voto en beee, como denuncia en Twitter la coñona 'masaenfurecida'. Quienes nunca hemos osado practicar el juego democrático, impedidos por una despreciable mezcla de cobardía y cinismo, asistimos con curiosidad a la batalla de argumentarios de los defensores de lo indefendible, sin poder evitar la caída en el desánimo: maldecimos que todavía exista quien cree en la resurrección de la carne, quien confía en que la exánime democracia pueda imitar al evangélico Lázaro de Betania, se levante y ande. Entre tanto, aquí seguimos los rebeldes, quienes defendemos que solo podremos salir de esta moldeando el lenguaje, sustituyendo una 'v' por una 'b', botando en vez de votando.