2.2.13

Viciosos de la herida

En las últimas semanas, a cada golpe de clic ratonero me topo con una incontrovertible frase: "Las mujeres somos así, incomprensiblemente, imperdonablemente viciosas de la herida". Viene de serie en una novela que aún no he tenido el gusto de leer, Últimos días en el Puesto del Este, y desprende el arrebatador aroma de la descarnada prosa de Cristina Fallarás, una hembra poderosa, pero incapaz de esconder sus debilidades, que sabe de lo que habla: define una actitud de la que cualquier fulano podría dar fe, aunque a más de uno le cueste comprenderla. Por alguna extraña razón, el insoportable hedor de la (más que) rabiosa actualidad impide que espante de mi mente el eco de tan dolorosa sentencia: "incomprensiblemente"… "imperdonablemente"… "viciosas de la herida"… Parecen palabras espigadas para retratar a las víctimas del robo más grave —falta por saber si también es el más grande— del siglo; porque solo se podría entender el borreguismo electoral que aqueja a la inmensa mayoría de los españolitos desde un diagnóstico que lo definiera como irreprimible (e incurable) vicio, o sea, una enfermedad por culpa de la cual aún queda gente orgullosa, con la que está cayendo, de responder al cobro en B con el voto en beee, como denuncia en Twitter la coñona 'masaenfurecida'. Quienes nunca hemos osado practicar el juego democrático, impedidos por una despreciable mezcla de cobardía y cinismo, asistimos con curiosidad a la batalla de argumentarios de los defensores de lo indefendible, sin poder evitar la caída en el desánimo: maldecimos que todavía exista quien cree en la resurrección de la carne, quien confía en que la exánime democracia pueda imitar al evangélico Lázaro de Betania, se levante y ande. Entre tanto, aquí seguimos los rebeldes, quienes defendemos que solo podremos salir de esta moldeando el lenguaje, sustituyendo una 'v' por una 'b', botando en vez de votando.

1 comentario:

  1. Nos va la marcha.
    Somos masocas, modositos, que preferimos ver el fúrbo y si este escupe a aquel jugador, o si su entrenador se va de señoritas de moral distraida.
    Que lo de la pandereta, lo tenemos asumido, y lo llevamos, hasta con argullo.

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