20.2.13

Marhuenda y los razonianos

Para la secta de los razonianos, como para Wittgenstein, los límites de su lenguaje son los límites de su mundo; y en ese reducto subsisten sus fieles mientras todo se desmorona a su alrededor. Lo que no aparece en su biblia particular —el (presunto) diario La Razón—, no existe, de manera que los (cada vez más escasos) lectores del panfleto planetario solo contemplan las corruptelas cotidianas como incorregibles vicios de los demás, pues ojean el único periódico español que, durante el pasado mes de enero, dedicó menos piezas a la corrupción en el PP que a la de otros partidos (11 vs. 34). La formidable hazaña hay que anotarla en la hoja de servicios del gurú Marhuenda, un estomagante todólogo que campea a sus anchas por el lodazal mediático gracias al poder omnímodo del grupo que le amamanta y a sus servidumbres políticas. Desde sus púlpitos de ocasión, este mediocre juntaletras, que fue mano derecha de Rajoy antes de transmutarse definitivamente en la voz de su amo, imparte su viciada y decadente doctrina. Sostiene el doctor Perroantonio que la ideología es una tumoración cerebral que "restringe el campo de visión, tuerce la perspectiva y causa aberración óptica y cromática", y añade que, "en los casos más graves, el individuo afectado pierde sensibilidad general y tiende al autismo y a embestir a otros congéneres con la testuz". Al ínclito Marhuenda, su ideología —un postureo derechón más partidista que ideológico— ya le ha arrastrado a temerarios arrebatos, como (des)calificar a Intereconomía de "grupo infecto de ultraderecha". El filósofo Marina anda preocupado —y nosotros con él— por la "corrupción de baja intensidad", esa intoxicación social que permite "comportamientos indecentes, vergonzosos, deshonestos, que no son delito"; la misma que preconiza ese periodismo troglodita envalentonado por la impunidad para con su inmoralidad (des)informativa, que convive en plácida armonía con la otra, la "corrupción delictiva".

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