A lo peor soy yo el equivocado, pero me parece gratuito organizar un macrodebate sobre el debate en busca de una conclusión tan baladí como la distinción entre vencedores y vencidos. Aunque no se tenga noticia de una sola ocasión en la que haya hecho honor a su nombre, el debate sobre el estado de la nación debería limitarse a lo que promete su denominación: ofrecer una instantánea en plano general de lo que el machadiano Juan de Mairena llamó "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa" y el señor Pérez —su alumno— tradujo al lenguaje poético como "lo que pasa en la calle"; pero esta vez tampoco pudo ser. La razón estriba, quizás, en que el Gobierno llegaba a la cita (casi) anual con un discurso jalonado por el bochornoso "que se jodan" de los Fabra de toda la vida y la repugnante peineta de Bárcenas; por el desprecio clasista y el corrupto recochineo; o sea, con todo debatido… de aquella manera. Nuestros embusteros mandamases ya habían dicho en los últimos catorce meses todo lo que tenían que decir —una cosa y su contraria, y así sucesivamente—, mientras la turulata oposición callaba todo lo que tenía que callar, así que el debate se redujo a una discusión sobre el estado de otras cuestiones, principalmente pretéritas. En ese duelo crepuscular tantas veces visto se enzarzaron Rajoy y Rubalcaba, dos forajidos alumbrados mediado el siglo XX, con idéntico historial delictivo y (mucho) más pasado que futuro, a los que solo distingue esta galleguísima observación de Jabois: "Es más fácil prometer una cosa y hacer la contraria que hacer una cosa y prometer la contraria, porque lo primero es traición pero lo segundo es cachondeo". La contienda sirvió, además, como subvencionada terapia de grupo para una reata de agrandados postulantes, entre los que Javi Vizcaíno creyó ver "pose, panfleto, pasteleo y siesta". Ante la imposibilidad de sacar algo en claro del Congreso, tuvo que ser una vez más El Roto quien esclareciera el estado de la nación: en una descorazonadora viñeta, una pareja pasa delante de un escaparate. "¿Te acuerdas de cuando comprábamos?", pregunta ella, nostálgica; a lo que él responde: "No". Una obra de hondura solo comparable a la propuesta más popular de la pasada edición de ARCO: ese grafiti posmoderno de la mexicana Teresa Margolles en el que podía leerse "Ya basta hijos de puta", cuyo destinatario podría ser cualquiera que se dé por aludido.
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