23.4.13

Desvergüenza popular

En el arranque de 'What can I do', un añejo single del polifacético rapero Ice Cube, se oye el lamento de una fatalista voz en off: "En cualquier país, la cárcel es el lugar al que la sociedad envía a sus fracasos. Pero en este país es la sociedad misma la que está fracasando"; una queja que bien podría servirnos, aquí y ahora, para ejemplificar la vergonzante realidad de esta hipercrítica España del presente. Porque un Estado que tolera que sus saqueadores públicos sigan haciendo vida normal, ha de encontrarse forzosamente parasitado por una sociedad fracasada que no puede —pero tampoco quiere— poner fin a sus desgracias colectivas. Llevamos décadas dejando nuestro castigo sin venganza, cual trágicos personajes de Lope, y esa falta de cultura democrática nos está pasando una carísima factura. Ayer mismo supimos que, gracias a nuestros donativos, el Partido Popular amamantó cuando era cachorro a su dóberman asturiano con (sobre)soldadas, cuyos montos he recalculado en pesetas para que el encabronamiento sea mayor: cuando el salario mínimo interprofesional de los jornaleros ibéricos rondaba unas míseras sesenta mil cucas —hará cosa de veinte años—, el feroz Álvarez-Cascos nos chupaba cada mes algo más de dos millones, a tocateja y ensobrados. Sumo y sigo: los papeles airean que la costumbre del complemento en concepto de gastos de representación estaba muy extendida en esa época, y que los principales (sobre)cogedores eran el inefable Aznar y su camarilla (pre)gubernamental, que aún hoy sigue aferrada a varias carteras ministeriales. Vuelvo a sumar, y sigo: se filtran los (escasos) datos disponibles de las empresas tapadera con las que el PP lavó más blanco que sus adversarios durante años. Dejo de sumar. Mientras tanto, los impunes (presuntos) implicados dan diarias lecciones de moral ante las que parece obligado acordarse de Cleóbulo, el sabio moderado: "Ojalá yo viviera en un Estado donde los ciudadanos temieran menos las leyes que la vergüenza". Pero aquí, ni eso.

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