El prematuro deceso del actor que lo encarnó en la (pequeña) pantalla ha provocado que algunos serieadictos hayan recopilado de urgencia las sentencias más populares de Tony Soprano, aquel torrencial capo italoamericano que nos llevó de la mano por el lado salvaje de la vida durante seis largas temporadas. De entre los más respetables proverbios pronunciados por tan singular personaje, hoy emerge uno que escuece al ser rememorado: "Solo jodemos al que merece ser jodido". Y escuece particularmente porque, también en eso, la ficción supera a la realidad: incluso en lo tocante a la moralina, los turbios arquetipos televisivos se permiten dar lecciones a los pelafustanes que nos (des)gobiernan: porque, aquí y ahora, los politicastros no tienen miramientos ni siquiera cuando se confabulan para jodernos: en nuestra sodomicracia se toma por retambufa a todo hijo de vecino; de lo cual se colige que los verdaderos mafiosos no son, como creíamos erróneamente, los figurines que convirtieron a Los Soprano en la serie de las series, sino aquellos que se están cebando (en recalcitrante presente continuo) con nuestro ojo ciego. "Una mafia completamente instalada bajo apariencias democráticas", según los ha retratado el indignado verbo de Juan José Millás, que ayer se ciscó sin piedad en los (sobre)soldados populares desde lo alto de su columna paisana. Y motivos no le faltan, porque aún está fresca la divulgación del abracadabrante dineral extraordinario que Alí Babárcenas y los cuarenta ladrones genoveses se han agenciado con cargo a los presupuestos generales del Estado: veintidós euromillonazos sisados en otros tantos años, repartidos a discreción entre los capitostes peperos de antaño y de hogaño. Así se entiende mejor por qué el PP gasta casi doscientos mil euros anuales en sobres pero, principalmente, se comprende por qué sus señorías reiteran que no están en política por el dinero: muy al contrario, están en el dinero por la política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario