A esta hora en que yo me entretengo arrejuntando palabras, en las cercanías de Londres se encuentran reunidos, a gastos pagos, los (putos) amos de mundo: centenar y medio de medradores gerifaltes financieros, dóciles mandamases políticos, avaros mercaderes globalizados, paniaguados comunicadores, domesticados académicos y aristócratas palmeros que, juntos pero no revueltos, conforman el todopoderoso Club Bilderberg, una de esas "siniestras camarillas" que, según Fidel Castro, manejan la humanidad a su antojo. Oficialmente, la conferencia anual que este año se reúne por sexagésimo primera vez es "un foro para discusiones informales off-the-record sobre megatendencias y los principales problemas que enfrenta el mundo", pero aseguran quienes han (mal)gastado su vida investigando tan florida secta —con el conspiranoico pope exsoviético Daniel Estulin a la cabeza— que entre sus miembros se esconden el verdadero rey de reyes y el auténtico jefe de los jefes de Estado; y que su objetivo final es la creación de "un gobierno mundial único, con su propio ejército, moneda y religión" o, dicho en román paladino, "una red global de cárteles gigantes" que vendría a funcionar como Empresa Mundial S.A. Y a lo peor todo eso es cierto; y también lo es que los oligarcas bilderbergianos pertenecen a la masonería y a los Illuminati (con tomati) —según rezan los manuales de la cosa—, pero a mí me gusta imaginármelos echando unas risas entre cañas y tapas mientras alternan partidas de Monopoly y Risk, que son las dos únicas maneras de controlar el mundo que yo conozco. Porque, de ser ciertas las sospechas de que esa plutocracia atlantista pretende imponer un Nuevo Orden Mundial desde la sombra, ¿alguien entendería para qué demonios invitaron en los últimos años a peleles como Almunia, Cospedal, Sorayita o la reina Sofía? ¿Alguien podría explicar qué pinta allí De Guindos este año, aparte de repartir currículos para cuando Rajoy le dé la patada?
¿Ese es todo el argumento?
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