El azote del kirchnerismo, Jorge Lanata, despidió el pasado domingo su popular Periodismo Para Todos de la tele argentina con uno de sus implacables discursos: "La corrupción es como el aire acondicionado. Vos lo escuchás cuando lo ponen. Pero después te acostumbrás al ruido y lo dejás de escuchar. Con el afano es igual, primero te asombra y después te va asombrando cada vez menos y menos y menos y ya todo te parece normal". Quien así se expresa es uno de los escasos periodistas de raza que aún sobreviven al otro lado del corrompido charco, y su exordio adelanta un nuevo sopapo en la jeta de los chorros oficialistas de una nación que los amamanta por centenares. Leo Messi es paisano de Lanata aunque, por los últimos chismes escuchados en el mentidero, está más en la onda de las cuadrillas de manilargos a las que el orondo comunicador pone la cara colorada semana tras semana. Lo ventajoso para el pelotero culé es que echó los dientes en el argentado paraíso de la sisa pero pegó el estirón en la ibérica cuna de la picaresca, un hecho al que, a la vista de los resultados, le ha sacado un sustancioso provecho. Las lenguas de vecindona escupen que el futbolista del Barça le ha birlado a la hacienda española un puñado de millones, y ese parece mérito suficiente para erigirse, por derecho propio, en uno de esos "hipócritas" —denunciados en la prensa por Luis García Montero— que "afirman en público la virtud para esconder en privado sus vicios"; uno de los villanos que los futboleros convierten en héroes con la misma facilidad que la justicia troca en villanos a héroes como el perseguido soplón Hervé Falciani, un desertor del HSBC que maneja un arsenal documental capaz de aniquilar buena parte del fraude fiscal planetario; un polvorín que, por desgracia, no explotará nunca.
Quizás sí explote, entre los buenos podemos.
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