La maté porque era mía es una mediocre (y peligrosamente frívola) canción de Platero y Tú; y también una ligera (amén de disfrutable) comedia francesa filmada en los noventa por Patrice Leconte; aunque, por encima de todo, "la maté porque era mía" fue, desde antiguo, el grito liberador que escupía el macho ibérico tras pimplarse el penúltimo sol y sombra en la tasca de la esquina, con las manos ensangrentadas por culpa de lo que por entonces se denominaba, derrochando romanticismo, crimen pasional. Pero en esas llegó la modernidad, y con ella la progresía, que se propuso atajar una tragedia tan vieja como la humanidad con políticas de igualdad, o sea, con unos cuartos robados a los presupuestos generales del Estado y mucho autobombo y neolengua —de ahí la maldita violencia de género—. Hasta se llegó a montar un (fugaz) ministerio de la cosa que de poco sirvió, pues en los últimos días las mujeres están cayendo como chinches a manos de unos depredadores a los que aún llamamos hombres y, en lo que va de año, la luctuosa media de bajas femeninas supera el asesinato por semana. Y, aunque a un energúmeno tan corto de entendederas como González Pons le cueste creerlo, la solución no pasa por desbarres tan profundamente machistas como el que ha dirigido a las víctimas: "La confianza que tengan con nosotros, en la sociedad, tiene que ser más grande que el miedo que le tienen al hijo puta [porque la puta para los de su casta siempre es hembra, claro] que las mata". La solución habría que buscarla, más bien, derogando las leyes represoras y desterrando los rancios valores impuestos por nuestros nuevos inquisidores y repartiendo las responsabilidades a la hora de juzgar tan delicada cuestión: porque de señoras respetables están los cementerios llenos, pero santas y mártires cada vez quedan menos.
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