8.12.12

Como un toro

Según Swift, al inteligente se le identifica cuando todos los necios se conjuran contra él. Aplicando la lógica inversa, habría que colegir que la categoría de un necio se mide por oposición al coeficiente intelectual de sus enemigos. Dando por bueno este silogismo, la necedad del ministro de Educación resulta insuperable para el común de los mortales. Si, como aseguran quienes lo conocen, el ínclito Wert es un lince a la hora de asimilar encuestas, no le habrá llevado mucho tiempo percatarse de que, pese a sus ínfulas de superdotado, la gente lo toma por tonto y por malo, que son dos sumandos de cuya adición no suele resultar nada provechoso. El anteproyecto de su Ley orgánica para la mejora de la calidad educativa se abre con una modélica declaración de intenciones —"El aprendizaje en la escuela debe ir dirigido a formar personas autónomas, criticas, con pensamiento propio"— pero enseguida se desdice y se suceden, uno tras otro, los desvaríos en "un bodrio tercermundista que ni diagnostica los problemas del sistema educativo español ni propone una sola solución inteligente" (Sala-i-Martín): menos Ciudadanía y más Religión; más intervencionismo en las materias; desprecio por las lenguas cooficiales; guiños a la enseñanza concertada… "Una, católica y elitista" será, según Ramoneda, la escuela parida por este contemporáneo fénix de los ingenios que, con gusto, entra al trapo: "Soy como el toro bravo, que se crece con el castigo". El que fuera "tertuliano presuntuoso y tobillero" cita a Miguel Hernández en defensa propia pero, en esta piel taurina sin alfabetizar, su bravuconería recuerda más a Jesulín de Ubrique. Con todo, lo alarmante del caso es que, en el sistema educativo por venir, el (des)conocimiento se transmitirá de profesor a estudiante, como maldecía Mark Twain, "sin pasar por el cerebro del uno ni del otro". O sea, como hasta ahora.

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