David Jiménez denuncia en su blog, con amargada ironía, la reduccionista división que la ciudadanía hace de su entorno: los malos son los otros: "Preferimos levantar una muralla que nos defienda de la 'despreciable' relatividad, esa bruma que todo lo confunde, para diluirnos en la reconfortante masa de los nuestros. Los buenos". Plausible queja, porque nos consta que a esa muralla se le mete mano desde ambos lados, y hasta desde un tercero, si lo hubiere. Sin ir más lejos, el pasado domingo metió mano a la muralla (de Pamplona) Santiago Cervera, secretario cuarto de la Mesa del Congreso de los Diputados en representación del Partido Popular; para su sorpresa, halló en ella un sobre con 25.000 euros y no los prometidos documentos que revelarían supuestas corruptelas en Caja Navarra. Seguramente por eso, acudió a la anónima cita de incógnito, oculto tras un gorro y una bufanda que de poco le sirvieron, pues la benemérita, avisada del lance, lo trincó en el acto. "Si tú no vas por el camino de los malos, nunca te encontrarás con ellos", advierte un proverbio chino pero, por su relato, se ve que el diputado navarro es más dado a la novela negra que a la filosofía oriental. Con todo, Cervera se excusó de inmediato y ahora nos impone la peliaguda tarea de creer (o no) su fabulosa versión de los hechos a quienes devoramos aforismos y, por tanto, sabemos que "la verdad, como poco, lleva una doble vida" (Miguel Ángel Arcas). Los medios aplauden la integridad del presunto pardillo, extrañados por su pronta dimisión, mas yo me resisto al gesto, porque aún resuenan en mi cabeza los ecos del reciente visionado de Los idus de marzo, esa descorazonadora película de George Clooney con la que entendí que un político verdaderamente íntegro jamás hubiera metido mano a la muralla.
Eso mismo creo yo... Resulta axfisiante la sensación que nos transmiten los políticos de este país: ¿Habrá alguno que no se haya contaminado todavía de las corruptas prácticas adoptadas "por defecto" entre los de su "clase"?
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