Las reflexiones del añorado Javier Pradera valen tanto para esbozar el retrato robot del editor ideal como para subrayar la conditio sine qua non para la sostenibilidad de cualquier gobierno: "La capacidad para armonizar sus gustos personales y las líneas generales de ese proyecto con la demanda social no solo actual sino también potencial"; o sea, la imprescindible convergencia entre ideología y realidad que, en el primer año de Rajoy como mandamás de la patria, ha brillado por su ausencia. Diga lo que diga el ínclito gallego ante los micrófonos, el balance de su gestión como presidente del Gobierno se reduce, por el momento, a una alarmante falta de proyecto y una desmedida querencia por pasarse por el forro las demandas sociales a golpe de decreto. La estampa definitoria de este gran aficionado al ciclismo, se la debemos a Antoni Gutiérrez-Rubí: "Rajoy da la impresión de estar —y con él todos los ciudadanos— pedaleando en una bicicleta estática. Sudas pero no avanzas". Este tancredismo por otros medios —"su quietismo es su fortaleza", opina Enric Juliana— le permite aferrarse al poder sintiéndose por encima del bien y del mal, como todos los de su cuerda, pero resulta ofensivo. Ha advertido David Gistau que Rajoy "permanece amparado en una curiosa idea de la inevitabilidad, según la cual hay una causa exógena […] que le exime hasta de dar explicaciones por las mentiras y las deserciones de los principios. Y que, por supuesto, le concede una patente de corso para seguir comportándose así cuanto se le antoje". Aunque debería andarse con ojo, porque la calle está cada vez más reventona y ningún pronóstico desinteresado ofrece datos para saciar su sed revolucionaria. Vicente Verdú lo ha resumido con lenguaje barroco: "Se ha alcanzado un punto crítico en que el enviscamiento en la austeridad ha engordado el yerro". Pues eso.
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