18.12.12

El Papa de (B)Roma

Las revelaciones del último libro del Papa de (B)Roma tienen en vilo a medio mundo cristiano, pero en España, que sale muy beneficiada en el nuevo inventario de Benedicto equis uve palito, nos las hemos tomado con la conveniente displicencia (y un sano cachondeo), pues ya estamos acostumbrados a ciertos sobresaltos por los (neo)historiadores domésticos, esos que han reducido nuestra Guerra Civil a una discusión entre cuñados y el franquismo a un paréntesis arcádico. Así que los mayores damnificados por los recortes al portal de Belén serán los vendedores de figuritas navideñas, que tendrán que sacrificar para años venideros a la ganadería jesuita, pues dice el Papa (de sus hijos) que en el nacimiento no había pesebre ni mula ni buey. La Iglesia católica demuestra con ello que no se toma en serio ni a sus propios mitos, y sus correligionarios andan desconcertados sin saber a qué atenerse. En casa también estamos preocupados porque, aunque somos gente de poca fe, sabemos por Georges Dumézil que "un pueblo sin mitos está muerto"; pero nos ocupa más la memoria de José María Carulla, aquel menguado coplero que legó a la posteridad una (inacabada) Biblia en verso, que ahora se estará revolviendo en su tumba ante la ruina de su mayor hallazgo, un ripio que sentenciaba: "Nuestro Señor Jesucristo / nació en un pesebre. / Donde menos se piensa / salta la liebre". También ha descubierto el tuitero Pontifex que los reyes magos no venían de Oriente sino de Tartessos, que es el nombre culto de una finca que lindaba con Huelva, Cádiz y Sevilla; y que el incienso, el oro y la mirra que llegaron a Belén tenían aroma andaluz. A lo mejor, antes de seguir a la estrella, sus majestades se bajaron al moro y lo que llevaron en las alforjas era maría… y de ahí el aroma.

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