A falta de un buen matador que echarse a la cara sobre el albero parlamentario, el ministro (Mon)toro, uno de esos morlacos de boquilla (mal)criados en la dehesa genovesa para crecerse en el castigo, le echó pitones la otra tarde a los del siete —la prensa— en el coso de los diputados: les dijo que menos criticar desde los editoriales de sus periódicos y más pagar (religiosamente) los impuestos; que menos dar lecciones de ética y más coherencia entre las palabras (publicadas) y los hechos. Pero en el último tercio de la lidia, encerrado en tablas, al impetuoso (Mon)toro bravo le flojearon los cuartos traseros y, a la hora del chivatazo, se jiñó: "La ley impide al Ministerio citar la situación fiscal de contribuyentes concretos, pero sí le permite hablar de la situación de un sector". En ese preciso instante oyó el primer aviso de la autoridad y evitó que la faena terminara en estocada, lo cual que hizo mutis por chiqueros sin decir adiós muy buenas. Se ve que recordó entonces que el apoderado de esos recaderos a los que acababa de amenazar es el mismo que de tapadillo le dice a él en los corrales cómo debe embestir las cuentas públicas y, a lo peor, se le cruzó por entre la cornamenta un artículo en el que Pere Rusiñol resumía hace poco las estrechas relaciones entre banca y prensa: Prisa (El País y Ser), con Banco Santander, HSBC y Caixabank; El Mundo, con la banca italiana; Vocento (ABC), con Banco Santander y BBVA; Planeta (Antena 3, La Sexta, La Razón), con Banco Sabadell; Grupo Zeta (El Periódico), con Bankia y La Caixa; y Grupo Godó (La Vanguardia), con La Caixa. Al día siguiente, en distinta plaza, (Mon)toro volvió a presumir de criadillas anunciando una lista pública de defraudadores y morosos; solo quedó en el aire quién le dará la puntilla.
Qué hartazgo de parafernalia taurina
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