11.10.12

Boxeo dialéctico

A propósito del barómetro del CIS, reconoce David Trueba una duda: "Nadie sabe si lo que expresa es la opinión de la gente o el efecto de la opinión sobre la gente". Solución: "Las preocupaciones de la ciudadanía responden a las jerarquías de los medios". Una obviedad, vieja conocida de quienes nos dedicamos al asunto, que hoy parece más evidente que nunca. La comunicación de masas se limita a (des)informar lo justo mientras redobla sus esfuerzos opinativos, convirtiéndose en trasunto de lo que pasa en la calle. España siempre ha sido un mentidero en el que, a falta de pruebas, se elevan a categoría de acta notarial los rumores; una tasca en la que, entre chato y chato, se pone orden a lo divino y lo humano. España siempre ha sido eso, y la tele que nos parió está sacando tajada de nuestra querencia por los duelos dialécticos: las tertulias políticas se han apoderado de las parrillas, provocando arritmia incluso a los programas del corazón. Sucede, por desgracia, que los debates catódicos se parecen demasiado a la definición que Mailer hizo del boxeo: "Hombres ignorantes […] por lo general casi analfabetos, se dirigen el uno al otro por medio de un conjunto de intercambios de carácter conversacional que van directamente a los puntos más sensibles de cada uno de ellos". Consecuentemente, en los combates televisados gana a los puntos una indeseable reata de tránsfugas políticos, apestados mediáticos, difamadores profesionales y delincuentes de toda ralea que, por disimular sus carencias, se ciñe a redundar, con una caña o una copa de vino como parapeto, en el consejo de Hayden White: el "reajuste retroactivo del pasado". Traducido al cristiano: "Ya lo sabía/decía yo". Eso, hasta que se les cruza un peso pesado (in)formado que, mandoble intelectual de por medio, les deja nocaut.

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