Sostiene (y sostiene bien) la argentina Leila Guerriero que "los periodistas no somos la justicia". Por eso, tras leer y tocar "unas hojas donde hay nombres que harían estremecer al Gobierno y al aparato productivo" en una madrileña noche de lluvia y fútbol, Raúl del Pozo esquivó la nocturnidad y la alevosía y, en lugar de plantarse ante la Audiencia Nacional para largar su hallazgo y traicionar a su garganta profunda, corrió a refugiarse bajo el flexo de las grandes ocasiones para redactar el artículo de su vida: el que servirá de prólogo al apocalipsis del Partido Popular. En su más gloriosa columna desde que heredara el trono umbraliano en El Mundo, el periodista conquense aparca su ordinario barroquismo cheli y se limita a transcribir, palabra por palabra, las frases escuchadas en la cinematográfica noche de autos a un tercer hombre que recuerda a aquel que se escabullía por entre las cloacas vienesas. La prosa canalla cede el paso en su minireportaje a los datos y así vamos conociendo que Del Pozo ha manejado "unos folios donde el hombre de los papeles ha escrito cantidades y nombres […] mayores y menores entre maletines y cheques"; unos folios en los que aparece "una empresa fantasma, tapadera, supuestamente para hacer zanjas, realmente una empresa del PP para el trasvase de donativos y chanchullos" y en los que descubrimos que quienes "decidieron sobre donaciones y sobresueldos fueron los políticos"; unos folios, en fin, que obligan a reformular al presidente la pregunta de Rubalcaba: "¿Cree que puede gobernar pendiente de que al señor Bárcenas le dé un ataque de sinceridad?". Parece que no pero, de momento, la columna de Raúl del Pozo ha provocado un tembleque generalizado practicando lo que Guerriero defiende de los periodistas: "Contamos historias y si, como consecuencia, alguna vez ganan los buenos, salud y aleluya, pero no lo hacemos para eso, o solo para eso".
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