1.4.13

Refugio de sinvergüenzas

Quienes se solazan (día sí, día no) en esta península histérica saben de sobras que para mí, como para el diabólico Ambrose Bierce, el patriotismo no es más que esa "basura combustible siempre a punto para que le aplique una antorcha cualquiera que abrigue la ambición de iluminar su propio nombre". De modo que a ninguno de esos improbables reincidentes le costará demasiado comprender por qué me dejan más bien frío jornadas como la de ayer, en la que los hijos de los nietos de los bisnietos de Sabino Arana celebraron, por separado como jainkoa manda, el Aberri Eguna. Esta vez, el oficialista PNV prendió su antorcha en Bilbao, demandando "un nuevo estatus político para Euskadi", mientras la alternativa izquierda abertzale iluminaba su nombre en Pamplona reclamando por la vía directa un "Estado vasco". Y, como quiera que "la magia del nacionalismo es la conversión del azar en destino" —según profetizó Benedict Anderson en sus Comunidades imaginadas—, la marea Independentistak convirtió el día de la patria vasca en el funeral oficioso del último mártir caído por la causa terrorista, Xabier López Peña: trincado cinco años atrás por los gendarmes bordeleses y abandonado a su suerte desde entonces por la banda que comandó efímeramente, 'Thierry' había estirado la pata unas horas antes en un hospital parisino, a consecuencia de un derrame cerebral; pero la ocasión la pintan calva y los voceros de ETA corrieron a denunciar el "asesinato" de uno de sus ilustres "presos políticos" un domingo en el que, en lugar de Jesús, resucitó la amenaza terrorista. Los gudaris desempolvan los bártulos de matar y yo me defiendo, de nuevo, esgrimiendo al infalible Bierce: "En el famoso diccionario del doctor Johnson, el patriotismo se define como el último refugio del sinvergüenza. Con el debido respeto que merece un lexicógrafo tan ilustre, aunque menor, me atrevería a afirmar que es el primero".

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