David Trueba ha reconocido, negro sobre blanco, que "encontrarle un lado positivo a la cifra de parados española es como apreciar lo hermoso del amanecer el día de tu fusilamiento", pero el renacentista opinador no ha caído en la cuenta de que el partido que nos (des)gobierna es capaz de eso y de mucho más, pues parece ser que desde las alturas genovesas —a las que no he tenido el (dis)gusto de ascender nunca para comprobarlo— se contempla la realidad tamizada por un espíritu bucólico sin parangón en la historia de la humanidad. Para muestra, tres botones entresacados de las reacciones a lo que El Mundo ha titulado en primera "El récord de la vergüenza": 6.202.700 parados: 1) el secretario de Estado de Empelo, de cuyo nombre no quiero acordarme, balbuce que se está "invirtiendo la senda" y que la tasa de destrucción de empleo "se está atemperando"; 2) el correveidile extremeño de apellido compuesto, Floriano, suplica "que no nos ciegue ese mal dato para comprobar cómo la política económica está dando buenos resultados a nivel macroeconómico que más pronto que tarde va a llegar a las familias"; y 3) el torrentiano Martínez Pujalte mienta a Zapatero y le da otro revolcón a la sobada herencia recibida, achacando los males presentes a las decisiones tomadas "hace unos cuantos años", cuando "empezaba la crisis". Tres esperpénticas demostraciones de cómo despachan los cráneos privilegiados del PP el dramón de un pueblo que comienza a comerse los mocos; aún más grotescas tras ser corregidas al día siguiente por un Gobierno que ya admite sin ambages que será incapaz de crear empleo durante su legislatura. "Cuando gobierne bajará el paro", dijo un Rajoy que se las prometía muy felices mientras holgazaneaba en la oposición. Y en esas estamos, confiando en que cumpla su promesa… esperando que gobierne.
Y todavía hay cínicos que dicen que cuando estamos en tiempo de elecciones se utiliza la poesía, pero cuando se gobierna se hace desde la prosa.
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