28.11.12

Progreso y regreso

La prensa española se vulgariza cada vez que toca escudriñar resultados electorales, por más que aparente seguir a pies juntillas la altanera sugerencia de la condesa viuda de Grantham en Downton Abbey: "No seas derrotista, querida: es muy de clase media". Aquí, las (debilitadas) fuerzas del orden mediático presentan a todo quisque como derrotado, salvo a las formaciones que no pintan nada, vendidas como paradigma del éxito aunque no les vote más que la retahíla que firma en las coronas de difuntos: amigos, hijos, hermanos y demás familia. El resto es una cuadrilla de perdedores, dicen: los unos, por no alcanzar lo esperado; los otros, porque superarse no cura su esterilidad; pero tanto a unos como a otros les prestan sus interesados hombros para que enjuguen públicamente sus lágrimas. Sea como fuere, esta vez lo sustancial es que Cataluña se ha situado en un punto equidistante entre el progreso y lo que prefería Josep Pla, el regreso: el parlamento ha sufrido un buen meneo que deja todo como estaba, pues los frentes soberanismo-constitucionalismo y derecha-esquerra repiten guarismos y seguirán abiertos. En la lucha por la independencia, Mas ha perdido una batalla (personal) pero no la guerra: la marabunta que salió a la calle en la Diada ha refrendado su voluntad de estrechar y multiplicar las franjas rojigualdas de la bandera española para convertirla en estelada, sin esconder su malestar por los brutales recortes de su Gobierno autonómico. Lo que no queda tan claro es que esa masa esté dispuesta a ser una nación si el mesiánico president se empeña en dirigirla como definió Renan: "Un grupo de gente unida por una visión equivocada del pasado y por el odio a sus vecinos". Me da a mí que Cataluña es —y de momento seguirá siendo— otra cosa.

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