Maldita la gracia que me hizo escuchar el otro día por boca del reelegido Obama el anuncio de que "lo mejor está por llegar". Aún hoy me cuesta aceptar como esperanzador mensaje lo que más bien parece un cínico engañabobos. Lo que está por llegar, según advierten con machacona insistencia las supranacionales instituciones que nos desgobiernan y nuestros raídos bolsillos, es lo peor. De momento, lo mejor tendrá que esperar, tanto en aquel lado del charco, en el que se arrojaban al vacío los banqueros tras el crack del 29, como en este, donde son los desahuciados quienes hoy dicen adiós a sus desgracias desde la ventana. Aquí, los gurús de la Cultura de la Transición nos hicieron creer que todos los españoles tenemos "derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada": porque así reza en el artículo 47 de nuestra sacrosanta Constitución y porque el versículo luce como estrambote que "los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho". En verdad, quienes promovieron la cultura de la casa en propiedad fueron los manirrotos bancos de cuando entonces, que con la crisis se han transformado en indecentes cobradores del frac que nos afanan las llaves y la cartera con cargo a los presupuestos generales de un Estado que hasta ayer miraba para otro lado. Pero hoy se barruntan cambios, porque los muertos empiezan a oler y, en vísperas de su segunda huelga general, hasta Rajoy es consciente, como Renan, de que "el sufrimiento en común une más que la felicidad en común". La digestión del miedo se le está haciendo pesada a un presidente al que no va quedando más remedio que seguir el consejo de su antepasado político Antonio Maura: "Hay que hacer la revolución desde arriba para evitar que la hagan desde abajo".
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